miércoles, agosto 08, 2007

Prologo

El desierto, al menos hoy,
no parece tan…

La iguana es un símbolo, una metáfora de la evolución. Ahí, sumergida dentro de nuestro cerebro, en lo que los científicos llaman complejo reptiliano. Ese cerebro de reptil es el que actúa cuando buscamos la calidez placentera del sol, cuando buscamos cambiar la piel. Es el que nos mimetiza cuando nos sentimos en peligro. El que despliega colores mágicos cuando estamos exultantes. El que nos hace sentir la piel como una tenue seda.

El camino de la iguana es el camino hacia nuestro interior más primitivo, más básico, más íntimo. El camino hacia la posibilidad de rehacer, de renacer. A la posibilidad de sumergirnos en el tiempo y reconstruirnos. A la oportunidad de tener una oportunidad. Una oportunidad para percibir el mundo, para gozar del mundo con la libertad de la simplicidad.

Las circunstancias que rodearon la escritura de este libro fueron realmente extrañas. Los capítulos fueron apareciendo en medio de un torbellino de sentimientos y sensaciones. Se entretejieron por sí solos no como producto de la imaginación, sino como una sucesión de imágenes de las que fui espectador y testigo.

Por lo inexplicable y concreto de esa experiencia es que logré entender que la evolución nos está facilitando un nuevo amanecer. Neruda escribió acerca del crepúsculo de la iguana. Sin embargo, de eso se trata la evolución, de una espiral, de recuperar el pasado avanzando al futuro. De volver para renacer. Del crepúsculo al amanecer de la iguana. De despertar desde lo profundo. Este amanecer significa la posibilidad de un cambio. Un giro hacia un mundo en donde la verdad sea mejor considerada que la razón, y en donde sentir sea más importante que poseer. Un mundo más sutil, más sublime, pero también más simple y más intenso. Donde el afecto sea la moneda corriente.

Sin embargo, tengo la responsabilidad de hacer una advertencia. La iguana está presente en cada página, en cada relato, conectando la razón y la emoción. Cada uno debe ir por su propia cuenta y riesgo. Seguir a la iguana o no seguirla. Igual que Alicia con el conejo en el País de las Maravillas. Si deciden seguirla, entonces, sabrán por qué esta historia tampoco estuvo escrita porque sí.

No he podido identificar una fuente de inspiración, sin embargo deseo agradecer al silencio. Este mundo, estos personajes y sus circunstancias son el fruto del silencio. Esta historia no podría haber sido escrita sin ese particular silencio, el silencio del desierto, de la ausencia. Ese desierto es un desierto tan real y tangible como el Sahara. Afortunadamente, y al igual que Don Antoine de Saint-Exupéry, tuve la enorme suerte de disfrutar de la presencia incorpórea de un pequeño príncipe que fue mi interlocutor y mi compañía durante ese tiempo de soledad. Terminada mi tarea, él, al igual que aquel, volvió a su hogar, a su rosa, a su cordero y a sus volcanes. Sin embargo, algo de sí mismo quedó impregnado en la historia, quizá por lo desbordante de su pasión por domesticar a la iguana mientras yo escribía las páginas. Me quedo con el mismo sentimiento que Don Antoine. Seguiré mirando las estrellas y preguntándome qué habrá sido de su rosa y de él.

Por último, quiero dedicarle la obra a ese niño que todos fuimos, y a los niños que aún lo son, para que ninguno deje de serlo. Para que nadie olvide al niño que anida ahí, bajo el pecho de cada uno, y para que todos sepan también que los niños domestican iguanas. Deseo de todo corazón que esta historia aporte al hecho de que la única batalla que vale la pena luchar es aquella en que el amor triunfa sobre el miedo.

Mi momento termina aquí, en el punto que sigue a esta palabra.

Ahora es tu momento. En pocos instantes más estarás entrando en una historia, y la iguana que habita en tu interior te mostrará un camino…

Hugo , Invierno del 2007

1 comentario:

Anónimo dijo...

la iguana es un ser mágico, es como en el cambio que se da en todo ser humano